lunes, 2 de junio de 2014

Equivocos.

Hace 27 años que vivo en Chile,
la mayor parte de ese tiempo lo he pasado habitando la comuna de Providencia,
aquí llegamos en 1987 a vivir a la casa de mis abuelos paternos,
y después de ires y volvires mis papás adquirieron una casa en la misma comuna, para vivir desde 1990 junto a mi hermana Manu, la Quetzi (nuestra mascota) y yo.

Lo curioso es que en esa manía por calcular el tiempo transcurrido en base al de otras personas o lugares donde se estuvo, constato tristemente que llevo más del doble del tiempo en Santiago, que el que alcancé hacer en mi amada Guadalajara.
Y en este tiempo en este país, ciudad, finalmente no guardo ningún vínculo. 
No guardo, no atesoro, vivo, dejo pasar al tiempo, que transcurre por entre los espacios de mis brazos, piernas y manos, sin dejar constancia o más bien, impidiendo dejar huella...

O contándome el cuento que no la dejo, 
como si eso fuera posible. 
¿Será posible?

en mi mente, la que se cierra a aceptarse como santiaguina, chilena 
y que como tales deja pasar el tiempo en esta ciudad, de este país desde hace 27 años. 

En este tiempo ha visto variar la arquitectura, las calles, los negocios, tienditas.
Han llegado y se han ido personas queridas, vecinos, personas desconocidas. 
Todo ha dejado huella. 

La memoria que se aferra a no olvidar que por Manuel Montt, en ambas veredas existían acequias por donde corría agua, lo que hacía que los árboles se vieran alegres, sus hojas más verdes en primavera y verano, 
las calles eran menos sucias porque éramos menos los transeúntes. 
Por Miguel Claro y Manuel Montt existían casonas de arquitectura estilo barco, de dos pisos, con antejardín, mascotas perrunas, mucha vegetación, 
que fueron cambiados por altos y feos edificios, 
ensombreciendo las calles, enfriándolas en el invierno y afeandolas en verano. 

Antes en la esquina de mi casa no existia Laura R, la galletera éxito del barrio, sino que una ferretería.
A mano derecha por Manuel Montt emergía un negocio que terminaría convertido en la botillería del barrio, después estaba el hasta ahora almacén El Rancho y el negocio del español, donde había teléfono público, vinos en barriles, aceitunas, jamones colgando del tendedero y muchas, muchas botellas de alcohol de todos los precios, calidades y sabores, la buena chicha para el 18, actualmente es un barsucho para adolescentes desenfrenados y buenos pa poncear entre otras cosas.

Qué decir de nuestra calle, la cual gozaba del prestigio de considerarse "habitacional", 
por el lado de nuestra vereda, naciendo desde Infante,
una hilera de casas pareadas, con frontis de ventana, puerta, ventana, antejardín cuidado, regado y sus enormes y frondosos árboles. Casi todas pintadas en color blanco, a excepción de la casa de la viuda de paco, que lucía color comisaria, la nuestra rosada por las añoranzas mexicanas.

Cuando recién llegamos al barrio, la tercera casa de Miguel Claro hacia Manuel Montt, era una peluquería, antes estaba la casa de los italianos, después de la peluquería la casa de la viuda de paco que era pinochetista por supuesto, después nosotros, a continuación la señora catatónica que tenía la mampara con vidrios viselados, después la hasta ahora casa de La Oma, su fallecido marido y el perrito chihuahua el par de hombres que tomaban rutinariamente sol y aire todas las tardes de la vida, en la vereda fuera de su casa. Ahora se sumó la Señora Laura, su marido y sus dos hijos y ya no tienen mascotas. 
Después la que fuera casa de un ex futbolista chileno (sepa quién?) 
y por todos lados como la pesadilla que es: La Santisima Trinidad (o huevidad como le decía mi papá) que es el colegio de infantes infectos que padecemos de marzo a diciembre con gran pesar.
A continuación una corrida de dos edificios uno chato y el otro más alto donde vive lo más freack del cuerpo medallado de los carabineros de Chile. Es un barrio un tanto facho, con unas pocas y contadas excepciones, como la señora Ida viuda de Mario Carreño. Panchos Pollo el mejor sabor en cuanto a pollos a las brasas y empanadas. Ahora además tenemos clinica kinesiologa, restorant peruano, bar seudo inglés, estudio de grabación de voces, empresa de radio taxis, todos los ingredientes que lograron matar la esencia de un buen barrio "habitacional".

Y sin embargo, pese a que no se me va una, 
que reconozco y recuerdo todos estos cambios en mi cuadra, en mi barrio, comuna...
mantengo el corazón cerrado con candado,
negándome a sentirlo parte mío,
que sea mi barrio, mi comuna, mi cuadra. 


Y es que transcurre el tiempo,
mi mente, los sueños, el alma, el corazón, dentro de mi burbuja de cristal que atesora a mi inmortal ciudad de Guadalajara. 
Pese a que este año comprobé de propios ojos, 
que así como cambió y se modificó Santiago, 
la perla tapatía (Guadalajara) no cantó mal las rancheras y muchísimas de mis rutas de antaño, la casa en que vivíamos antes de volver, el frontis de la primera casa en la que vivimos o ya no están o el tiempo las ha cambiado.


Quizás ese trancazo inesperado, 
pero bien advertido, 
lo que me hace tomar nota de este equívoco o absurdo de vivir en un lugar sin sentirlo propio y añorar uno lejano, que aunque propio, 
pertenece a mis añoranzas infantiles, adolescentes, tan añosas y cambiadas como la que escribe....

Pero los procesos toman el tiempo que cada quien requiera,
más yo que soy lenta entre las lentas
o aferrada
o quedada, 
pegada, 
más ahora que además, no tengo a mi mamá ni a mi papa.
Supongo lejos de estar descubriendo algo,
que todos esto se debe a ese enorme detalle,
resultado del samarreo de volver a Guadalajara,
samarreo de víceras, de corazón, 
de volver y perder tanto, tanto 
y reencontrar lo que no buscaba.
La sensación interminable que la vida quería darme un remesón, 
de poner mis pies en la tierra...
como si eso solucione en algo la tristeza,
que no sea nublar más y más la conciencia, el alma, 
engrisear los pensamientos, 
sentir que la luz, el color, el sol desaparecieron, 
que con los cambios radicales del lugar atesorado y amado, sumado a las ausencias vitales, la vida se torna sin sentido, gris.
Dificil de encontrar algo de qué agarrarse, un motivo, razón, objetivo, meta...
amanecer y vivir doce horas o lo que dure el día, 
a veces es muy fácil y pasa rápido, 
otras es un espanto, 
la mayoría de las veces es un debatirse con la conciencia.

Pero creamos o confiemos en que llegará el día,
aquel lejano día,

en que volveré a descubrir los colores de la vida,
la luz, el sentido,
lo que le de un rumbo a la vida, a mi vida.....

Un día en que no mire con tanto desamor a la ciudad de mis abuelos paternos,
donde nacieron y estudiaron,
donde mi amado abuelo Titin hizo tanto por la medicina,
donde nacieron y crecieron mis papás,
la ciudad donde construyeron un sueño que duró poco...
un día en que comience a valorar mi capacidad de memorizar detalles que van sumando recuerdos, nostalgias, momentos, lugares, vividos estos 27 años en esta ciudad, de este pais, en esta comuna......... 
y que si seguimos cambiando,
como lo hace mi amada ciudad tapatía, 
lo hacemos nosotros, 
lo hace Providencia, Santiago, Chile, el Sector Hidalgo, Chapultepec, Guadalajara, Vallarta, Libertad, Av. de La Paz.... la calle en la que vivo, las que la rodean, Providencia, Nueva Providencia, Lyon, Pedro de Valdivia,
aunque sus nombres no quieran decirme nada 
y suenen a historia, a la historia de este país que me niego aceptar, querer
pese a no olvidar y recordar, recordar, que es la historia del pais, ciudad, comuna en la que viví con mis abuelos, mis papás, mis mascotas, mi hermana, desde hace 27 años........ 
¿Será?

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