sábado, 26 de noviembre de 2011

De aquellas certezas.

Pienso y pienso en lo mismo mil veces, está en mi esencia lo pegada u obsesiva a saber,
lo curioso resulta ahora,
a punto de finalizar,
donde descubro con la esperanza plena de que al alejarnos para siempre,
lo bueno vendrá.

Tanto sufrir por el alejamiento que ya dolía intensamente,
y ahora en este elixir de sinsabores,
lo que más quiero es dar vuelta la página, almacenarte en el más absoluto OLVIDO.
La culpa por haberme propuesto lo absurdo y obtuso
a sabiendas de todas las historias enteradas,
obtusa de mí que cayó rendida,
aunque todavía no logro decifrar si fue por el poder de la soledad o realmente el enamoramiento a por tí.
Dudas constantes a por mis sentimientos, quizás porque no terminan compartiendose con nadie.

Malas desiciones, de exceso de necesidad.
Pero no todo fue tan malo,
lástima (comentario de una jalisco nunca pierde) que no pudieran ser FENOMENALES.
¿Alguna vez podré volver a verte sintiendo distinto?
sin este dolor, pesar, rabia, enamoramiento en desvanecimiento, tristeza, pesar del alma y el corazón.
Inseguridades varias al no saber si soy yo o eras tú.
Si encontraré alguien a quien le guste yo sólo yo.
Que me quiera sólo a mí.
Que desee pasar la vida, el tiempo, los instantes-distantes, sólo junto a mí.

domingo, 13 de noviembre de 2011

LA CASA AZUL.

Dijeron que la edad no tenía importancia, que daba lo mismo si eras o no mayor que yo. Que no había indicios del sitio donde nos enviarían, pero sí que lo haríamos juntos. Pese a todo, fuiste el primero en partir.


Los recuerdos tienen la suavidad de aquel blanco cubriendo el talón de nuestros pies o de nuestras posaderas al sentarnos, el azul que nos abrazaba y el amarillo anaranjado que nos protegía del frío. El canto de los colibríes, de los gorriones cada mañana, de aquel pájaro de pico alargado negro oscuro, los ojitos abiertos muy abiertos y el plumaje azul fluorescente de su cuerpo, el que nos advirtió que llegado el momento nos marcharíamos pero juntos.


El verde de las hojas de los árboles, aquellos especimenes de tronco ancho, que ni aunándonos con los demás niños podíamos abrazar. Las cortezas rugosas color café a veces claro. Agarrados al tronco mirando hacia lo alto, donde la vista se pierde sin divisar su copa. Trepar, frotando piernas y estómago por su piel, cubrirnos del olor a eucaliptos, aromos o el del peculiar ailanto.


Casas de tamaños reducidos, chimeneas en los techos de tejas, murallas azules, dos ventanas y entre medio la puerta, tan parecidas a los que dibujábamos. Con el pasto verde pegado al muro, algunos tréboles morados o rojizos de cuatro hojas. Al interior, camitas, velador por medio y mirando desde la cabecera a la ventana. Aquellas mujeres de cabellos rojizos, largos y encrespados, cubriéndoles hombros y parte del pecho, de pieles blancas marmoladas, de grandes ojos oscuros, encargadas de nuestras comidas, jugar con nosotros, acompañarnos a la casa y darnos el beso de las buenas noches.


Senderos de piedritas multicolores. Por el costado izquierdo, casitas iguales a la nuestra, por donde cada mañana salían otros como nosotros a pasear o jugar por los alrededores. Más allá las colinas verdes de árboles, las coloridas por las flores y el cerro amarillo de los girasoles, aquellos más altos que uno, que cada día a las seis de la tarde, colocados debajo de ellos, podías admirar el aparecer y desaparecer del sol y la sombra.


Nuestros cuerpos desnudos, de deslumbrante blancura, rollizos de brazos y piernas, dedos redondos, pies pequeños, yemas y talones tornasolados en rosa. Brazos aún cortos, así como las manos, hoyuelos en el comienzo de los dedos, piel tersa. Vientre abultado, obligo saliente. Codos y rodillas rugosas. Y en la zona de los omoplatos incipientes montículos en forma triangular, por surgir. Movernos con soltura junto a los otros infantes, deambulando por las laderas o colinas, subir a los árboles, de noche en casa a comer y descansar. Paseos al estrato nebuloso, corriendo de una a la otra, saltando sobre ellas o sentarse y contemplar a los que están por partir.


Cada que eso ocurría, los cúmulos airosos tornaban a diluirse, mojando nuestras cabezas o el piso, a veces también golpeándonos con sus formas duras y transparentes. El suelo de tierra o pasto desplazándose de un lado al otro, algunas plantas no resistían el vaivén y morían, los árboles de raíces profundas soportaban el remesón pese a la perdida de hojas o frutos. Los pajaritos anidados sobre ellos partían despavoridos. Nosotros asidos a las piernas de las mujeres o de algún árbol a penas nos sosteníamos. A lo lejos el sonido de trompetas rugiendo acordes suaves y en aumento. De pronto la calma, cada quien a sus quehaceres, hasta constatar que alguno de nosotros se había marchado.




La madrugada del 24 de noviembre de 1958 te marchaste para nacer y ser criado por tus padres. Once años después sería mi turno, en el mismo continente pero desde el extremo sur. Fue en la casa de calle Bruselas número 150 que nos reencontramos. Habían transcurrido a lo menos diez y siete años desde tu partida. Cuando cruzaste el umbral de la puerta, el sol hacía las veces de aureola, encegueciendo la vista, sin embargo distinguí que no estabas desnudo, pero mantenías algunos rasgos en el rostro, el cabello negro y tieso y la piel tostada. Llevabas por nombre Antonio, universitario, estabas en mi casa porque eras amigo de tu profesor, mi padre. Sin dejar de mirarnos, caminaste hasta mí, ahora Eloisa, once años, cursando el quinto año de primaria. Nos abrazamos.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Pérdidas.

Ayer mientras comenzaba a escribir un cuento, no cualquiera sino uno muy especial, constante la sensación latente de una pérdida que viene en camino.
Perder siempre deja un desagradable sabor, tanto en el alma, qué decir en el corazón. Mientras comenzaba a escribir pensaba en ti mi querido sisterno, en los añales que llevamos conociéndonos, en lo que nos ha costado construir lo que tenemos, la amistad sincera, transparente, incondicional (por mi parte), el amor intenso y profundo que profeso a por tu persona desde aquél día en Bruselas 150, aquella mañana para mí (a saber si lo era) en que bajo una aureola de luz apareciste en nuestra casa, en nuestras vidas, en mi vida.

Justificar el por qué de esa sensación de ser el hermano más querido, "el hermano" con el que se comparte la vida, las pequeñeses, grandeces, el amor profundo, los días de cine, de helados, la complicidad de tomar coca cola pese a lo que "Papá Ogro" dijera. El verdadero hermano, con el que sin hablar se entiende todo, el cómplice, con el que se puede tener las discusiones más acaloradas, decirse los insultos más pesados, lanzarse uno que otro plato, desaparecer por horas, hasta semanas y saber que cuando nos reencontremos, las "yayas" habrán sanado, el amor resurgido y continuaremos siendo los más sisternos del planeta, queriéndonos tanto o más que antes.

El ejemplo a seguir después de mi papá, tu admiración a por él, el cariño a por mi  mamá, el descubrimiento al brócoli, una vida maravillosa de años compartidos a tu lado. Y ahora por pendejadas o quizás no tanto, siento que comienzo a perderte, que pese a tenerte tan cerca, cruzando la cordillera, te perderé. La sensación es tan fuerte, tan honda, que gatilló escribir este cuento donde finalmente abro, muestro, descubro el secreto, el verdadero secreto de por qué tu y yo sí somos "los más" hermanos, entre los sisternos.

Es como una despedida. A saber cuantos años tendrán que sumarse hasta que volvamos a coincidir, encontrarnos y querernos, aceptarnos, transparentarnos como hasta hoy. Te quiero tanto mi sisterno del alma y sin embargo no puedo evitar palpar esta pérdida, que te aleja de nuestro lado, por más cercanos que estemos. Sentir que no serás el mismo, quizás porque no ocuparemos el mismo sitial que antes en tu corazón, en tu cabeza, en tu vida, en tu mente. Quizás son celos, quizás sean los años que pesan, donde uno cambia y/o piensa cosas diferentes y/o no está de acuerdo en todo. A lo mejor sería el momento para demostrar lo que realmente somos, derribar todos los obstáculos y simplemente continuar queriéndose toda la vida.

No lo sé, por ahora sólo siento fuertemente la sensación que te pierdo, que te vas, que ya no estás, que no somos los sisternos de hace un tiempo atrás. Los que nos quedamos fuera del entierro de mi papá, que volvimos a la tumba a rendirle un homenaje, compartiendo el dolor de la lejanía.
Pero no olvides nunca que por sobre todas las cosas del universo: TE QUIERO MUCHISISISISIMO!!

domingo, 6 de noviembre de 2011

Nosotros.

Fuiste a buscarme al taller de los lunes, el Bobe te habría dicho dónde encontrarme.
Yo estaba en la sala cuando apareciste, me llamaste por mi nombre......voltié atónita al sonar Colomba en una voz latidamente conocida. Estabas ahí parado en el umbral de la puerta.
Sentí esas intensidades no tan solo de sueños, sino de momentos mágicos inucitados, de cuando el mundo se detiene, el rededor desaparece y sólo existimos tú y yo.
Sonriendo volviste a llamarme:
- Colomba, necesito conversar contigo.
- ¿Conmigo? 
- Te invito a tomar algo y te cuento.

Pensaba para mis adentros "tomarnos algo" como si fuera lo más normal del mundo, como si nos encontráramos tantas otras veces en ninguna otra parte. Era tal la alegría que no pensé en nada, si quiera la posibilidad que fuera un sueño.
Partimos con rumbo a la calle.
Ninguno dijo nada y las miradas iban y volvían de tí para mí.

Subimos al jeep que tenías estacionado afuera.
En calidad de tú copilto, nos mirábamos de soslayo. Hasta que preguntaste:
- ¿A donde vamos?
- Tú sabrás.
- Quiero un lugar sin demasiada bulla, para poder conversar y donde también podamos comer y tomar  algo porque me muero de hambre.
- Somos dos y tengo el lugar indicado, dije.

Nos sentamos al fondo del lugar, donde la bulla no sonaba y éramos los únicos moradores a la redonda.
- Me separé
- ¿Qué?
- Después de la noche aquella que nos volvimos a encontrar y que tuve el desatino de llegar con mi ex, comprendí que mi vida tenía que cambiar. Confieso que ese día fui un cobarde de mierda, porque sabía que de llegar solo las señales serían evidentes.......... sólo puedo decirte que la pasé pésimo esa noche y comprendí perfectamente que te alejaras de mi.
- Si, esa noche fue realmente un suplicio, pensé varias veces en irme, toparme en el barullo de gente contigo era insoportable, sobre todo en un momento que intentaste acercarte con tu señora al lado. Me dije  ¿este tarado creerá que seremos todos amiguis? Te odié tanto esa noche.
- ¿Y después me olvidaste?
- ¿Tú qué crees?

De pronto acercaste tu mano a la mía, rosándola a penas, hasta tomarla. La piel se me enchinó trasportándome a aquella primera vez "tu piel rosando la mía, tu mirada fija en mis ojos, tu respiración sobre mi boca".
- ¿Y por qué me buscas recién ahora?
- Porque tenía que estar seguro de los pasos que estaba dando. No quería acercarme  hasta no tener algo que ofrecerte. Es que tienes que entender que somos dferentes, de mundos distintos, lo cual es precisamente lo que me fascina de ti.

Sin soltarnos de la mano dijimos a coro:
- !!Ahora podremos caminar juntos por la ciudad. Mojarnos con la lluvia, correr y pisar los charcos. Viajar a Buenos Aires, llevarte a mis lugares consetidos y yo a los míos !!!