domingo, 30 de junio de 2013

Matar el amor.

Que inmensamente absurda esta intensidad,
mi intensidad,
todo esto,
no menor: este par de miradas.

Sin restar valor, querido mío, la experiencia dice no poder creer,
el sufrimiento por la intensidad,
al verse friamente,
descubre la simpleza intensa del hecho.


Tengo extrañamiento por matarte,
matar la belleza de ese instante eterno,
la necesidad de amor tan fuerte,
no permite el disfrute al igual que otros.

Ese instante contigo,
mi instante contingo,
convierte el dolor del amor,
en algo eterno.

Matar, matarte, matarnos, matar
la muerte de ese instante de felicidad,
sin disfrute eterno,
necesidad de más y más,
desespero.

Y el sufrimiento por ese instante presente,
observa desde los rincones,
el momento que no llegara,
y en cambio, morirá.

miércoles, 26 de junio de 2013

El centavito de a diez.

Para el conjuro ensoñado, aquel por tanto tiempo esperado, decidi que tendría que vaciar el monedero y dejar solamente el centavito de a diez (el monedero es de allá), cargarlo con los billetes antiguos aunque ya no tengan ninguna validez.
La madeja va enrollandose: para que todo salga a pedir de boca, tendría que dejar la ropa, el calzado, los interiores, shampoo, peineta, espejo, aretes, llevar solo los que alguna vez compré por allá. Pero el olor de mi piel es diferente al de allá, mi piel se emblanqueció,  cremas, shampoo y los bloqueadores, fueron adentrándose en mi piel, habitándola y poco o nada queda de la otra, tampoco el aroma, el cabello de antes.

Los pensamientos, las ideas, muchas han cambiado, más no el amor, que sigue intacto, esperando volver, reencontrarse, abrir y descubrir y descubrirse.
Tendría que cortarme el cabello, impedir su crecimiento, hasta el momento en el que comencemos a partir, bajo ese sol, con ese aire, ese aroma.
Enotnces viajaré desnuda, llevando conmigo tan solo un bolsito comprado alguna vez por alla, más el monederito con los diez centavos y los billetes viejos, los aretes y todos los recuerdos, las añoranzas seimpre presente y nada, nada más.

En el conjuro por volver, reencontrarse, regresar, volver, volver, en el que lo último esperado es que la realidad actual, tenga protagonismo en la busqueda del ayer, de los momentos maravillosos vividos tiempo atrás. Que al mirar la maleta, reflejarme ante un espejo, ver mi ropa, el cabello, otros aretes, otro calzado, sin control en el tiempo, en las ansias y lo que se busca, cual huracán el presente me absorba, me chupe, me aleje, me lleve hasta aquí, este lugar donde estoy diferente a los tiempos de ayer.

Querer volver atrás, viajar a momentos definidos, retomarlos, volver a vivirlos, decir y hacer las cosas que no pude, que no dio tiempo, que pasaron y de alguna manera, perturban en el futuro, en el presente pegado en el que hay ahora.
Llevaré tan solo el monedero con el centavito de a diez.

lunes, 3 de junio de 2013

Visitas.

No puedo entender que un amigo de mis papás, de los viejos tiempos, maravillosos tiempos de México, venga a Chile a otra cosa que no sea a vernos a nosotros. Para cualquier otra persona quizás esto huela a exceso de intensidad. Lo es, tanto y más como lo fueron aquellos maravillosos, ensoñados, inolvidables años en Guadalajara. El país, la ciudad, los lugares donde LOS CINCO fuimos increíblemente felices, de esa alegría, que estruja el alma, que marca más que el hierro caliente y que te hace convertirte en un alguien antes y otra en un después.

Será que no puedo entender que nuestro querido AMM venga a Santiago de Chile, a otra cosa que no sea a vernos a nosotras, a la viuda e hijas del Maestro Andrés Orrego. será porque para mí este país Chile, esta ciudad Santiago nunca de los jamases tendrá tanto sentido, tanto calor, color, sabor, amor, como lo tienen esos 12 años en Guadalajara. Y pensé, siempre pienso y creo que esa intencidad de afectos, de lazos que comenzaron en 1975 y fueron forjandose todos, todos estos años, eran desde ambos lados, de un para siempre, para siempre jamás.

Es por eso que esta visita del querido AMM, que pintó de esa sensación extraña y a la vez dulzona esta mañana, tras escuchar su voz a través del teléfono y que tras planear el horario en el que vendría a vernos, toda y cada una de las cosas que se sucedieron hoy, quedaron marcadas de un tono especial. La sencillez de él, el cariño de nosotras a él, a sus historias, a su vida tan conocida en gran parte por todas nosotras. Escuchar de su familia, sus tres hijos, los amigos, los amigos comunes que ya no están, que se han marchado, los que sí, donde están, qué ha sido de ellos. Como cuando viene Antonito y nos pone al día de todo cuanto sabe. El cariño, pensaba, es el mismo, la intensidad, por lo menos desde mi parte. Decidí entonces ofrecerle llevarlo para aquí y para allá, le dedicaré todo el día si quiere. Porque a los amigos, a los de verdad, a los del corazón, a los que llevas a todos los lugares del mundo, cuando se les vuelve a ver, una se les entrega en cuerpo y alma y lo que más se quiere es atenderlos, cuidarlos, mostrarles, llevarlos, consentirlos.

Por eso fue extraño que llegara un momento en el que él se fuera, se marchara de nuestra casa, con rumbo a su hotel, que no se alojara en casa, que no hayamos tenido desde un principio la delicadeza de ofrecerle alojamiento, como con Antonito, si son iguales, se les quiere de la misma forma, son parte del mismo pasado. Y saber que seguirá por Santiago, reuniendose con otras personas, otras personas, otras distintas a nosotras, personas con las que no le une este vínculo poderoso e inteso que no se esfuma con el tiempo si no que al contrario, crece y se solidifica más y más.

Quizás son esos detalles, los que hacen que en este instante-distante, tenga esta extraña sensación de nostalgia. De no hallarme en parte alguna. De sentir que algo no encaja del todo o del nada. Quizás faltaron palabras, momentos, quiizás alguna vez, tiempo atrás, tanto mi papá como yo hicimos o dijomos algo que hizo romperse algo en él, algo más hondo y fuerte, con el que ni mi papá ni yo logramos acertar y hacen que ahora venga de visita a Santiago, a vernos el tercer día de su estadía aquí y no desde el primer momento. Como una visita de camaraderia, como un favor, una necesidad, parte de la amabilidad eterna del buen amigo mexicano, pero ya no tanto así como la del amigo mexicano hacia sus amigos Los Orrego Sánchez, con quienes vivió tantas, tantas, cosas importantes.  

Tal vez.
Quien sabe, a lo mejor. Sólo sé que queda fuerte la sensación ingrata, este desazón, esta nostalgia y pena.