jueves, 21 de julio de 2016

Reflexiones invernales.

Supongo que será una justificación un tanto chiqueada de mirar la vida,
pero noches atrás pensaba,
la cantidad de cosas para delante que quedarán sin respuesta,
sin que ni mi papá, menos mi mamá,
atiendan, me cuenten, respondan.

Sé que no soy ninguna niña,
que la vida que he recorrido, será de alguna manera la vida que continúe,
aunque siempre está la esperanza que las cosas mejoren
y sin embargo, más allá de la adultez,
creo que uno no tiene la verdad en las manos,
siempre hay interrogantes que se alojan,
que van y vienen muchas veces sin respuesta
y sé que sólo ellos,
mis amados y ausentes padres, podrían responderlas.

Sin tocar el tema de la sensación de abandono,
en donde realmente ya nada tiene demasiado sentido
o quizás ninguno,
porque la historia de vida,
por lo menos la historia de mi vida,
hasta los 39 años con él y 44 con ella,
siempre la hice a su lado,
si no guiada,
al menos aconsejada (bien o mal),
fundamentalmente acompañada.

Ahora que ya no están,
me doy cuenta de lo acompañada que estaba,
lo extraño obviamente,
¿puedo vivir sin ello? Lamentablemente sí,
pero en la ausencia de sus presencias,
comprendo que mucho de la alegría de mi vida,
del sentido de ésta,
radicaba en el saber que siempre, siempre, siempre,
en las buenas o en las malas,
malas o buenas relaciones, situaciones
ellos estaban ahí,
estaban ahí esperándome,
abriéndome las puertas de la casa una y otra vez.

Abriéndome las puertas de la casa,
a sus vidas,
cada que salía a pasear,
a comprar,
de viaje
y les traía noticias del exterior,
de los amigos lejanos,
de las novedades del barrio,
de las domesticidades del mundo cotideano
y esa sensación de estar,
de la presencia constante,
hoy me doy cuenta lo fundamental que era para mi vida,
no es que me sienta más sola,
ni menos sola,
soy la de antes, pero con una ausencia a por ellos,
por lo que significaban cada uno por separado y en masa,
para mi vida.

Final de cuentas, 
gran novedad,
me siento vacía,
la fecha de la partida de mi mamá se acerca
y la ausencia de mi padre, 
por alguna razón,
pesa cada vez más.
Extraño a los dos con sus cosas buenas, muy buenas, muy malas y malas,
extraño a mis compañeros de vida,
a los que debían quedarse y ser yo la que partiera primero,
a mis compañeros de caminatas,
de casa, de traslados, de viajes, de aventuras,
de los buenos y malos momentos de la vida,
de recorrer Santiago.

Y tengo la certeza que por más que me mueva,
que vaya, venga, vuelva, gire y me maree,
la sensación de vacio,
de ausencia,
falta de ellos,
vacío a por ellos,
será la presencia constante, de mi existencia,
hasta el fin de mis días.

Malditos humanos,
maldita humana yo,
que como tales, no aprendemos de nuestras experiencias,
pasamos de largo  sin reflexionar, pensar, agradecer a tiempo,
la gracia infinita, que fue la compañía que se tuvo
y que ahora se ahoga en ausencias.

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