lunes, 3 de junio de 2013

Visitas.

No puedo entender que un amigo de mis papás, de los viejos tiempos, maravillosos tiempos de México, venga a Chile a otra cosa que no sea a vernos a nosotros. Para cualquier otra persona quizás esto huela a exceso de intensidad. Lo es, tanto y más como lo fueron aquellos maravillosos, ensoñados, inolvidables años en Guadalajara. El país, la ciudad, los lugares donde LOS CINCO fuimos increíblemente felices, de esa alegría, que estruja el alma, que marca más que el hierro caliente y que te hace convertirte en un alguien antes y otra en un después.

Será que no puedo entender que nuestro querido AMM venga a Santiago de Chile, a otra cosa que no sea a vernos a nosotras, a la viuda e hijas del Maestro Andrés Orrego. será porque para mí este país Chile, esta ciudad Santiago nunca de los jamases tendrá tanto sentido, tanto calor, color, sabor, amor, como lo tienen esos 12 años en Guadalajara. Y pensé, siempre pienso y creo que esa intencidad de afectos, de lazos que comenzaron en 1975 y fueron forjandose todos, todos estos años, eran desde ambos lados, de un para siempre, para siempre jamás.

Es por eso que esta visita del querido AMM, que pintó de esa sensación extraña y a la vez dulzona esta mañana, tras escuchar su voz a través del teléfono y que tras planear el horario en el que vendría a vernos, toda y cada una de las cosas que se sucedieron hoy, quedaron marcadas de un tono especial. La sencillez de él, el cariño de nosotras a él, a sus historias, a su vida tan conocida en gran parte por todas nosotras. Escuchar de su familia, sus tres hijos, los amigos, los amigos comunes que ya no están, que se han marchado, los que sí, donde están, qué ha sido de ellos. Como cuando viene Antonito y nos pone al día de todo cuanto sabe. El cariño, pensaba, es el mismo, la intensidad, por lo menos desde mi parte. Decidí entonces ofrecerle llevarlo para aquí y para allá, le dedicaré todo el día si quiere. Porque a los amigos, a los de verdad, a los del corazón, a los que llevas a todos los lugares del mundo, cuando se les vuelve a ver, una se les entrega en cuerpo y alma y lo que más se quiere es atenderlos, cuidarlos, mostrarles, llevarlos, consentirlos.

Por eso fue extraño que llegara un momento en el que él se fuera, se marchara de nuestra casa, con rumbo a su hotel, que no se alojara en casa, que no hayamos tenido desde un principio la delicadeza de ofrecerle alojamiento, como con Antonito, si son iguales, se les quiere de la misma forma, son parte del mismo pasado. Y saber que seguirá por Santiago, reuniendose con otras personas, otras personas, otras distintas a nosotras, personas con las que no le une este vínculo poderoso e inteso que no se esfuma con el tiempo si no que al contrario, crece y se solidifica más y más.

Quizás son esos detalles, los que hacen que en este instante-distante, tenga esta extraña sensación de nostalgia. De no hallarme en parte alguna. De sentir que algo no encaja del todo o del nada. Quizás faltaron palabras, momentos, quiizás alguna vez, tiempo atrás, tanto mi papá como yo hicimos o dijomos algo que hizo romperse algo en él, algo más hondo y fuerte, con el que ni mi papá ni yo logramos acertar y hacen que ahora venga de visita a Santiago, a vernos el tercer día de su estadía aquí y no desde el primer momento. Como una visita de camaraderia, como un favor, una necesidad, parte de la amabilidad eterna del buen amigo mexicano, pero ya no tanto así como la del amigo mexicano hacia sus amigos Los Orrego Sánchez, con quienes vivió tantas, tantas, cosas importantes.  

Tal vez.
Quien sabe, a lo mejor. Sólo sé que queda fuerte la sensación ingrata, este desazón, esta nostalgia y pena.

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