domingo, 25 de noviembre de 2012

Crecer, madurar y volar.

La semana pasada vino a visitarnos mi amada Violeta, mi sobrina y ahijada. Y esta vez hablando de la vida misma, su vida, la nuestra, nos contó que quería que llegara el momento de hacerse absolutamente cargo de su vida, conseguir un trabajo, mantenerse con ese dinero y por lo tanto irse de su casa. Que por supuesto le daría pena hacerlo, pero que también lo necesitaba. Que iría a comer todos los días con sus papás y a lavar ropa y esas cosas, pero que era una parte de su vida que quería e iba a vivir.

Y la idea me quedó dando vueltas y vueltas.
Fundamentalmente porque por razones que en  un principio no entendía, personalmente nunca tuve esos deseos de salir de casa, de la casa de mis padres, es más  nunca se me cruzó por la mente que había un momento equis en la vida, en el que uno tenía que hacerlo y como tampoco recibía señales de parte de mis padres sobre "aguecar el ala", me quedé, me quedé, todavía estoy aquí.

Fue ahí que me acordé, tratando de no ser tan injusta conmigo misma, de entender los por qués de esa sensación que en boca de mi amada Violeta suena tan tentadora y que jamás se cruzó por mi mente....y el único motivo fuerte, sólido que no es disculpa porque no hay nada de lo que  me sienta culpable, es que si bien todos tenemos momentos, tiempos, en la vida, distintos, diferentes, además los míos están alterados, modificados por ciertas razones biológicas, géneticas, que me situan frente al mundo como una mujer, Colomba, de 43 años pero que en esencia tiene como 20. Siempre más monga, la más infantil, lenta, caída del catre, asopaipillada, para las cosas de la vida como el amor, despabilarse, crecer, madurar, volar de casa.

Tanto es así que creo que recién ahora a mis jamones 43 años, estaría más o menos preparada, dispuesta, feliz, de irme a vivir........... sola. Pero sola de verdad.
Reconozco que existieron "momentos" en los que sentí deseos de irme, más bien de huir, escapar de casa, de la casa de mis padres, de mis padres, más que nada de mi papá cuando le daban sus málditas crisis de maníaco-depresivas. Creo que han sido los únicos momentos en mi vida, en los que he querido de todo corazón mandarme cambiar. Pero no por el placer de armar una vida fuera de casa, en mi propia casa, sino porque el ambiente estaba tan candente, era tan difícil por no decir terrible, insoportable, convivir con mi papá ,que lo que más quería era que llegara mi Príncipe Azul a por mí para rescatar a la Princesa del Dragón.
Pero después de esos meses o años, en los que mi papá se tardaba en superar la locura, la calma volvía a casa y cada uno a sus actividades.


Además que siempre tuve el privilegio, la suerte, oportunidad, de tener mi pieza, mi espacio. De hecho mi papá valoraba mucho, mucho, mucho que uno propiciara sus espacios propios, intimos, y más aún si en ellos leías, escribias, pujabas, etc., y como siempre fue y sigue siendo primordial estar a la altura, gusto y satisfacción de mi padre... De chica compartí habitación con mis dos hermanas, después la mayor fue beneficiada con pieza sola y me quedé con la Manucita ensoñada, mi hermana y amiga de toda la vida. Hasta que llegamos a nuestras casas propias en Santiago, Moneda, Rosal y Valenzuela Castillo. Cada una su pieza, su mundo, su desorden, orden, manías para desarrollar, ampliar, gozar.
Y en ese espacio habitación, pieza, que mis papás nos dieron, he crecido, madurado, pero no necesariamente he tenido ganas de volar....

Será también porque a mi puerta todavía no llega el Principe, méndigo, mendigo, hombre de carne y  hueso, mortal a diferencia mía, que me invite a contarnos un cuento de a dos y desde otro lugar. En el fondo descubro también, lo conservadora que soy, obvio!! si siempre soñé con casarme, tener hijos, perros, gatos, casa, plantas para cuidar y regar, casa que cuidar y hacer comida. Y si bien todavía no llegan, tengo una casa hermosa, a la cual lento y no tanto, he ido transformando a través de los años. Un patio pequeño, el cual ha ido mutando, rotando, cambiando, creciendo, florando, enverdeciendo durante su existencia a mi lado. Y creo que esos vendrían siendo otro de los motivos fundamentales por los cuales, nunca he tenido "necesidad" de irme. Soy tan feliz en esta casa, la casa de mis padres, ahora de mi madre, es tan agradable, mi habitación es encantadora, amplia, deliciosa, el patio es hermoso, la bugambilia, mi bugambilia ha florecido en toda su magnitud roja, roja, cayendo en morado y muriendo en violeta.... ¿para qué irse?

Creo que tal y como los ojos se le iluminaban a mi amada Violeta, al contarnos de su deseo, necesidad, alegría por irse y ser grande, madura e independiente, a mi se me iluminan al ver el patio, la casa, cuidarla, regar las plantas y no encuentro, no concibo, conozco, otro espacio (después de México, Guadalajara) donde podría ser tan feliz, plena, libre, independiente, donde crecer, madurar y viajar que es lo más parecido a volar que tengo.
Siiiiii absolutamente siii, porque si fuera que además de sentirme cobijada, calientita, protegida, en casa, en la casa de mis pades, fuera que so una cobarde que no ha sabido, podido, querido ir más allá..... pasaríamos a entender muchas más cosas. Pero no es mi caso, sin sentir precisamente la seguridad de tener la casa de mis padres para volver, pero finalmente ahí esta, he salido, me he ido, he tratado de armar historias, vida, mundos, lejos, muy  lejos de casa. En México por supuesto y finalmente con la colita entre las piernas volví. También he viajado por placer, por el inmenso placer de conocer otras latitudes, horizontes, oceanos, lugares, personas, colores, sabores, olores, por tiempos variados, para finalmente volver a casa, mi casa.....

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