sábado, 28 de abril de 2012

La Historia que nos sigue.

Pretextando la reciente internación de mi madre en su segundo hogar: El Hospital del Tórax, dejo correr los pensamientos e ideas.
Caminando esta tarde por los pasillos del tercer piso de este edificio-hospital,  pensaba en la contradicción o suerte o casualidad, no lo sé realmente, de que sea justamente el hospital que fundara mi abuelo. Esto surge a proposito de que como idea fija tengo siempre, siempre, el pensar en las formas que uno vive. De pronto me pregunto si la modestia, sencillez, con la que mis padres nos criaron, digase casas hermosas todas, todas, todas, pero en las cuales el paso del tiempo transcurría y si necesidad existía en cambios, arreglos, todas corrían por cuenta nuestra, a excepción de la terraza que mandó construir mi papá en la casa de Gregorio Dávila, en Guadalajara.

Lo pienso porque hace ya dos años del terremoto y si bien nuestra casa no se cayó, algunas fisura quedaron, las cuales todavía están ahí en espera de tener dinero para arreglarlas. Así como también arreglar el techo. Cosas que evidentemente no podemos hacer ninguna de nosotras y de pronto me detengo ante la frase "en espera de tener dinero". Será quizás que todo lo que no hemos hecho y que de alguna manera hace que nuestro derredor se mantenga un tanto intacto en el tiempo, más que nada por falta de con qué hacerlo. Lo pienso por las personas que nos rodean, algunos de los cuales más favorecidos económicamente, que hacen modificaciones a sus casas bastante seguido. Entonces vuelvo a pensar en los años y costumbres heredadas junto a mis padres y no recuerdo ningún cambio de estilo significativo en ninguna de las casas que habitamos.

Surgen dudas sobre si esos cambios de estilo será de personas que necesitan en qué gastar el dinero o que son -ni bueno ni nalo-, de aquellos seres que van a la vanguardia de los cambios y que no soportan mantener un estilo o una historia en sus casas por más de un año. Que para eso existe el dinero, las tiendas de decoración, los insumos suficientes para llevar a cabo esos cambios. Pienso en las fisuras post terremoto de la casa y siento que me he acostumbrado a ellas. Me pregunto si esa costumbre se deberá a que soy apática o a que no le doy demasiada importancia a esas cosas, quizás carezco de estilo, gusto por la atmosfera y decoración. O también será que como no está mi papá que era el que cortaba el queso, pues falta alguien que tome decisiones. Pero no es tan así la cosa, porque en mi excesivo parecido al señor que es mi padre, rememoro de todo el tiempo vivido en VC1137 y descubro que varios, por no decir muchos cambios de estilo, decoración de espacios han corrido por mi mano.

Será que lo  mio no es la carpintería, menos la pintura, ni los enchufes, menos la electricidad que no sea poner o sacar una ampolleta, quien estuque las fisuras, arregle el techo y a falta de quien domine esa área, la casa sale adelante con las posibilidades existentes. Quizás. Y es que volviendo atrás, al inicio, al Hospital del Tórax, obra de mi abuelo y que desde 1954 se mantiene presente en la historia del país y el edificio, con unas pocas, muy pocas modificaciones estructurales, de más bien sumar edificaciones aledañas, sigue siendo el mismo edificio, con la misma escalera, el mismo diseño Art decó de su origen. Y en el origen, acariciando las murallas de mármol cafesosas pienso en mi abuelo, su obra y en la curiosidad que esté precisamente mi mamá internada en su hospital, utilizando toda aquella infraestructura, algunas más amoladas que otras. Recorrer de tanto en tanto, cada que a mi mamá la internan, por esos pasillos de muros solidos, de paredes mitad cemento y la otra mármol en tonos jaspeados de café, pisos de baldosa, habitaciones para ocho camas. La escalera majestuosa, la puerta balcón - terraza, que añales atrás o quizás más en verano dejaban abrir y desde donde se ve nuestra calle. Las barandas metalicas, pisos limpios, calefacción en las paredes. Las mismas ventanas con los mismos postigos, árboles que en su origen debieron ser pequeños y ahora liquidambar, gingobiloba y ombú, crecén alcanzando su máximo esplendor en edad y belleza.

El punto está en mantener estilos, diseños, costumbres, la mayor cantidad de tiempo y no así sentir que uno es achapado a la antigua (y quizás si) y si lo es no es malo, como tampoco lo es aquellos que no soportan vivir con lo mismo cien años. Pero que unos no hagan sentir mal a los otros, ni mal ni menos, que finalmente el interior de la casa, más allá de dar calidez, techo y comida, no es la esencia de nada ni nadie ¿verdad? Pese a que algunos repitamos -para bien o para mal-, costumbres, taras, metodos, tradiciones, de vivir, decorar, disfrutar la belleza de lo que nos rodea, sean estos cuadros, tapices, fisuras o el verdor de la vegetación.

No hay comentarios.: